martes, 10 de diciembre de 2013

"Me", "Me", "Me", "Me", "Me" otra vez

Escribiendo... escribiendo... 
Ahora, todo se divulga por mensajes, notas, posts, blogs, correo, chats... Pero, ¿qué hacer si lo que falla no es el medio, sino el mensaje, es decir el contenido? ¿Cómo expresar algo que se siente, si no se sabe explicar con palabras, señas, esquemas..?

Me gusta, lo odio, me mima, me ignora, me habla, me silencia, me abraza, me evita, me acaricia, me ... Siempre que lo veo todo se convierte tan extraño... No le hablo en un mes y medio, y pasa desapercibido, como si realmente no sintiera nada por él, como si lo hubiera superado. Como si hubiese superado lo que se supone que teniamos, que aún no sé qué es lo que somos, fuimos, o tenemos. Y es que, parece que todo vuelve  a la normalidad, que mi alma es libre, que no dependo de la mirada, de los labios, de la sonrisa, de las manos, del contacto de alguien. Me doy cuenta de que estoy sola, sí, pero puedo con ello, estoy bien.
Y todo esto se derrumba al volver a casa. No al verlo, sino al estar con él. Al ver que me sigue cuidando como antes, al ver que me mira, al sentir su mano, su piel.
Y claro, al ser estudiante de fisioterapia, me pide que le haga un masaje. Y ahí estoy, acariciando su espalda, suavemente, mientras el se estremece por el roce de las llemas de mis dedos, diciendome que le hago cosquillas. Al final, acabo tumbada sobre él, sintiendo su calor, aguantando las ganas de besarlo en el cuello, quieta. Sus manos, jugando con las mias, tan grandes, firmes y ásperas pero  tan agradables. Manos fuertes de deportista.
 Me susurra cosas, nuestros secretos, nuestros cuentos. Es como si todos los demás no estuvieran ahí, y sólo estuvieramos los dos. Me sonrie, bromea, cotillea. Me pregunta si no hay nadie en la universidad, si no me atrae nadie allí. ¿Estará tanteando la zona? Pero ya sabe la respuesta. No obstante siempre lo pregunta, por si acaso, pienso yo.
El tiempo se para. Los dos nos callamos.
Al final, él de alguna manera me tumba en el sofá, y acabo debajo de él. Él, me empieza a tocar la tripa, diciendo que sólo quiere ver mi ombligo. Me retuerzo para que no lo haga, pero acaba cogiendome con una sola mano mis dos manos. La otra levanta la camiseta. Le digo que no me gusta que me miren la tripa y baja la camiseta. Tras una sonrisa de las suyas, me dice que solo va a meter la mano por debajo de la camiseta, para sentir mi ombligo. Al principio me opongo, pero no me puedo resistir. Su cálida mano, rozando mi cinturón, rozando el trozo de piel que aparece entre los vaqueros y la camiseta. Sube, poco a poco, y pasa por debajo de la camiseta. Su mano ocupa toda mi tripa. Pero no se quita, no se mueve. Me mira y sonrie. Nada más. Yo siento su calor, su tacto, lo siento a él. Y nos quedamos así otro rato más.
Y todo desvanece de repente cuando dice que se tiene que ir.

Así vuelvo yo de casa. Con una sensación rara, que me recuerda que algo ha ocurrido aunque no lo quiera aceptar. Algo sí, pero ¿qué? No sé responder a esto. Tampoco sé qué es lo que siento por él. Amor no es, claro. Pero no sé qué sensación es esta, que parece que estoy enamorada cada vez que vuelvo de casa y se me pasa a la semana. 
Es como si de alguna manera me drogase.
Él es mi droga, mi opio. 

Palace